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¿ Por qué los filósofos no dan su brazo a torcer ?.


¿ Por qué los filósofos no dan su brazo a torcer ?.

Uno de los tópicos más extendidos sobre los filósofos hace referencia a su obstinación. Son gente machacona, estos filósofos. No sólo porque no suelen dar su brazo a torcer. Son duros de pelar porque creen en lo que defienden, y no se dejan amedrentar por la primera crítica u objeción. Si hacemos caso a esa imagen de la calle, se ciegan con las ideas y los sistemas y no es fácil hacerles ver que existen otras formas de pensamiento.Dogmáticos y cabezotas: estos son los apelativos que no pocos asocian a los filósofos. Se podría decir mucho al respecto, y plantear más de una objeción a este tipo de prejuicios, pero hoy vamos a apuntar precisamente algunas circunstancias del pensar y del vivir de los filósofos que quizás hayan contribuido a cimentar esa testarudez irracional que se les atribuye a quienes precisamente deberían destacar por su capacidad de pensar de una forma abierta y dialogante, conocedores como deberían ser, de los defectos de toda teoría.
Y es que los ejemplos no me los invento yo: hablemos de Sócrates. Cuando se explica en clase que una vez condenado, el viejo filósofo rechazó la propuesta de sus amigos más cercanos, que le habían preparado una forma de huir, no se suele interpretar como un gesto de honestidad o de integridad moral. Muy al contrario: muy “fanático” o “extremista” debía ser el tal Sócrates, para aceptar una sentencia que podría estar respaldada por las leyes, pero de moralidad más que cuestionable. No es muy distinta la reacción cuando se habla ante los alumnos de los repetidos viajes de Platón a Siracusa, y las malas experiencias que vivió allí: desde la cárcel a terminar vendido como esclavo. Para completar un recorrido por la testarudez de los antiguos, podríamos aludir sin ir más lejos al desdén que manifestaba Diógenes y todos sus seguidores hacia tantas y tantas convenciones humanas. Una de las leyendas más conocidas nos cuenta cómo Diógenes pidió al mismísimo Alejandro que se apartara de su vista, pues no le permitía contemplar el sol. Todo un ejemplo de coherencia, si pensamos que el poder político y militar es, en el fondo, una engañifa intrascendente.
No cambia mucho la historia si hablamos de las teorías que defienden los filósofos. Los escépticos han sido tan firmes defensores de la inexistencia de la verdad, que por momentos cualquiera de sus lectores estaría tentado de pensar que lo que ellos defienden es absolutamente verdadero. Los positivistas o los empiristas, tan alejados ellos del dogmatismo de la razón, han terminado abrazando la ciencia como bandera incontestable e incuestionable. Y tampoco ganamos mucho si nos acercamos a planteamientos racionalistas o idealistas: el paroxismo de la testarudez se manifiesta en la conocida frase de Hegel: “todo lo racional es real”. Toma ya. La última tabla de salvación: ¿encontramos un panorama más tolerante si repasamos las corrientes más más o menos recientes, como la filosofía analítica, el marxismo científico, pensamiento ecológico o feminista? Me temo que la respuesta no puede ser afirmativa. Y se dirá que es una generalización exagerada. Pero quizás les estemos achacando a los filósofos algo que tampoco está tan alejado de la vida del resto de seres humanos: ¿quien opina que aquello que afirma o dice es tan sólo una verdad a medias? Puede que la obstinación sea una categoría más humana que filosófica.